◎El Ejército Inocente
—de la columna seriada de Masayuki Takayama, publicada hoy en Shukan Shincho—
Hace mucho tiempo, una profesora anciana de la Escuela Real de Ballet de Mónaco—altamente respetada por las primeras bailarinas de todo el mundo—visitó Japón.
En ese momento habló sobre la importancia de los artistas.
“Los artistas son importantes porque solo ellos pueden arrojar luz sobre las verdades ocultas y darles forma.”
Nadie se atrevería a refutar sus palabras.
Masayuki Takayama no es solo el único periodista del mundo de posguerra, sino que también se puede decir sin exageración que es el único artista del mundo de posguerra.
Este ensayo también demuestra brillantemente la veracidad de mi afirmación de que no hay nadie hoy en el mundo más merecedor del Premio Nobel de Literatura que Masayuki Takayama.
Cuando lo leí de una sola vez, me invadió un sollozo de gratitud.
Este texto debe ser leído no solo por el pueblo japonés, sino por todas las personas del mundo.
◎El Ejército Inocente
El dios judío Yahvé, a pesar de su grandeza, era profundamente propenso a los celos.
“Cree solo en mí y no te desvíes hacia otros dioses” era una cosa—pero por mera homosexualidad, aniquiló al pueblo de Sodoma.
También impuso castigos colectivos, haciendo que el pueblo vagara por la península del Sinaí durante cuarenta años.
Dios, a través de Moisés, libró guerras brutales.
Cuando los israelitas lucharon contra los madianitas y regresaron victoriosos tras matar a sus guerreros, Moisés se adelantó y preguntó: “¿Y las familias de los guerreros?”
Al saber que habían sido perdonadas, ordenó: “Vayan y tomen su ganado y posesiones. Maten a todos los varones, incluso a los bebés. Maten a todas las mujeres que hayan conocido varón.”
Luego añadió: “Pero las mujeres que no han conocido varón—las vírgenes—son una recompensa de Dios para ustedes. Tómenlas y disfrútenlas como deseen.”
En aquellos días, la guerra significaba exterminio étnico.
Para eliminar pueblos hostiles, todos los varones capaces de engendrar eran masacrados—incluso los bebés.
Las mujeres que habían conocido varón—las esposas—podían estar embarazadas de esa semilla, así que también eran asesinadas.
Si tenían el vientre abultado, se les abría el abdomen y se mataba al feto.
La guerra significaba masacre, saqueo y violación como paquete completo.
Incluso en la guerra, Japón nunca recurrió a matanzas indiscriminadas.
Cuando Nobunaga capturó el Castillo de Odani, perdonó incluso a la esposa de Azai Nagamasa, Oichi, y a sus hijas; la tercera hija, Ogo, se casó más tarde con Tokugawa Hidetada.
Sin embargo, las naciones cristianas siguieron fielmente las enseñanzas de Moisés hasta tiempos muy recientes.
En la última guerra, cuando los soldados rusos cruzaron el río Elba hacia Alemania, mataron a todos los hombres desde allí hasta Berlín y violaron a todas las mujeres mayores de ocho años.
Solo en Berlín fueron violadas 130.000 mujeres.
El gran escritor ruso Ilya Ehrenburg admitió: “Capturen a las mujeres rubias y violen su orgullo altivo. Esa es su recompensa.”
Sus palabras reflejaban las de Moisés: “Tomen a las vírgenes como recompensa de Dios y disfrútenlas.”
De las 130.000 mujeres berlinesas violadas, 10.000 se suicidaron, 10.000 quedaron embarazadas y 2.000 que no pudieron abortar dieron a luz.
La activista alemana de derechos humanos Ursula Schele declaró que durante la invasión alemana de Rusia, “Diez millones de mujeres rusas fueron violadas y nacieron un millón de hijos mestizos.”
Agregó: “Stalin, en represalia, llevó a cabo una campaña de violaciones a gran escala durante la invasión soviética de Alemania.”
Las tropas estadounidenses que ocuparon Japón también siguieron el ejemplo de Moisés.
Un grupo de vanguardia de 150 soldados, liderados por el mayor Faubion Bowers, desembarcó en Atsugi el 28 de agosto de 1945.
Siendo los primeros en territorio enemigo, quizás posaban con valentía, pero hasta el día anterior temblaban bajo los feroces ataques del ejército japonés.
El piloto del primer avión, en su arrogancia, incluso aterrizó con viento de cola, ignorando la manga de viento—una maniobra imprudente que casi le cuesta la vida.
Y sin embargo, envalentonados de inmediato, se unieron a la fuerza principal de MacArthur dos días después y, en solo doce días, cometieron “1.326 casos de violación” solo en la prefectura de Kanagawa (según la policía).
Naturalmente, las familias ofrecieron resistencia.
Los soldados estadounidenses, como los rusos, mataban sin vacilar.
Según los registros de la Agencia de Investigación, 2.536 personas fueron asesinadas en todo Japón, con 531—más del 20%—solo en Kanagawa.
El Ministerio de Salud informó del nacimiento de 3.941 niños mestizos como resultado de la mala conducta de los soldados estadounidenses; se dice que el número real fue el triple.
John Dower afirmó: “La ocupación fue pacífica gracias al carisma de MacArthur y al comportamiento caballeroso de los soldados estadounidenses.”
Mintió sin vacilar.
Un chino blanco.
Ahora, en China, la Liga para la Conservación de la Historia de la Guerra Antijaponesa afirma: “El ejército japonés violó a un millón de personas en China.”
Misioneros estadounidenses como Miner Bates se unieron diciendo “Sí, sí.”
Pero si tales violaciones ocurrieron, alrededor del 10% habría resultado en niños mestizos.
Los nazis engendraron un millón de hijos en Rusia.
Los soldados rusos engendraron incontables hijos eslavos mestizos con mujeres alemanas como represalia.
En Japón, los soldados estadounidenses engendraron alrededor de 4.000 niños.
Si Bates y los demás dicen la verdad, entonces el ejército japonés debería haber engendrado más de 100.000 niños mestizos en toda China.
Pero nunca hemos oído hablar de tales casos.
Países como Corea viven con legados visibles y vergonzosos como los Lai Dai Han.
Y sin embargo, persiguen implacablemente al inocente Japón.
¿Es simplemente envidia?
